sábado, 12 de octubre de 2013



No es fácil empezar, este hallowen lo pase horrible, me entenderán al contarles la historia.


 Mi madre había compadro unos dulces exquisitos, pero eran para darle a los niños que venían a pedir, así fue como yo Salí con mi novia (Ines) y cinco amigos más, Ivana, Fabian, Eloisa, Ana sofia y Raul. Raul me dio la idea que fuéramos a la lapida de una mujer sin nombre, ya que cerca de su casa estaba el cementerio, y en el cementerio había una cripta extremadamente grande para una sola mujer, nadie sabia quien era, ya que en la cripta no había ningún nombre. Ana sofia, que era muy curiosa, se fue corriendo al cementerio, donde se escondió entre los arbustos para acernos una broma, al llegar, Ana sofia salio gritando del susto diciendo que había una mujer hablándole que vestía de blanco, cabello negro y un aspecto físico muy hermoso, los ojos de Ana sofia eran rojos, Ivana le dio una cachetada y Ana sofia la ataco, Eloisa la empujo y Ana sofia se rompió la cabeza falleciendo al golpearse contra una tumba, Fabian se fue al bosque diciéndonos locos, al minuto después se escucho un grito. Lo seguimos y encontramos su cuerpo colgado entre los arboles, y entre los arboles una mujer atando una tonada la cual no quiero recordar, mi novia estaba asustada y la bese para que se calmara, ella dijo –ISADORA-. Yo no sabia a que se refería, pero Raul en ese mismo momento noto que las puertas del cementerio se habían cerrado, Eloisa se volvió loca en tan solo una hora, yo le dije que se calmara, pero ella tenia una navaja la cual se enterró variadas veces, Ivana empezó a ahorcar a Raul diciendo que el era el culpable de todo, Raul se quedo sin aire, falleció. Mi novia se canso y golpeo con una piedra a Ivana, luego dijo que esto no se lo contaría a nadie, pestañee, y en ese pestañeo mi novia ya no estaba con su ropa, estaba con un traje blanco largo, y me dijo –llama a la policía- al día siguiente yo estaba lleno de miedo, fui a casa de mi novia, dijeron que estaba en el cementerio, la vi, y estaba escribiendo en la cripta ISADORA.- 




Era noche de Halloween y había que celebrar, así que un grupo de jóvenes estudiantes decidieron reunirse en casa de uno de ellos, pues sus padres no estaban y era el lugar perfecto para una fiesta privada.

La noche llegó y era hora de los juegos; siendo una fecha especial, uno de los adolescentes sacó una tabla de ouija. En esa casa estaban Claire, April, Curtis, Dominic y Anouk; quienes se juntaron en círculo para iniciar el juego, cuando alguien insinuó que se necesitaba una especie de médium que se encargara de dirigir el tablero y todos eligieron a April, la chica más tímida, conservadora y miedosa del grupo.

Ella, para probarse, aceptó y empezó la noche con de los espíritus, pues se conectaron con uno que decía llamarse Ruth; era una chica de 16 años que había muerto asesinada y que les decía que era de la misma ciudad que ellos. 

El juego parecía inocente y luego de una larga sesión de preguntas y respuestas, decidieron que era momento de hacer otra cosa. Posteriormente, April subió al baño sola y pudo mirar como una sombre se acercaba a ella, en eso escuchó un grito y vio cómo Curtis, el dueño de la casa, caía frente a ella con un cuchillo clavado en el cuello.

Cuando bajó gritando y llorando, se dio cuenta de que sus amigos habían sido asesinados de manera brutal; trató de salir corriendo, pero los nervios la traicionaron y cayó desmayada.


Poco después, la policía, alertada por los vecinos, llegó y encontró a la joven bañada en sangre. ¿Qué pasó? Un video en la casa de Curtis reveló todo: April mató fríamente a sus compañeros y fue encarcelada por homicidio, pero siempre lo negó. La gente dice que no fue April, sino Ruth, quien entró en el cuerpo de la joven para acabar con todos por simple gusto.



Rodrigo era un hombre joven y con la vida resuelta; a sus 27 años era millonario y vivía solo, porque sus padres murieron y lo dejaron bien acomodado. Era arrogante y prepotente y no trabajaba; una noche de brujas iba por la calle cuando vio que con motivo de Halloween, había un mercado donde sobresalía la carpa de una mujer que decía era una bruja.

Él no creía en brujas, pero decidió que era buen momento para comprobar que todo era una farsa. Cuando llegó se encontró en una carpa oscura donde unas velas alumbraban una mesa donde se encontraba una anciana que lo invitó a sentarse. A Rodrigo le pareció una mujer repugnante y cuando ella le preguntó: ¿Qué es lo que quieres saber? Sólo le contestó: "Vengo a ver cómo te equivocas".

La bruja respiró y le supo decir quién era él, pero sin olvidar recordarle que siempre pasaba por encima de todo y todos, sin importarle nada; y sin decirle que nadie se burlaba de ella, por lo que al día siguiente viviría el día de muertos en carne propia.

Rodrigo se marchó asustado y ni siquiera le pagó a la mujer aquella de nombra Mandrágora; se resistía a creer en lo que le había dicho, pero no podía evitar sentir miedo, así que empezó a ingeniar una idea para no morir en esa noche de brujas.

El joven regresó a su casa y se juró a sí mismo que no moriría por un accidente y que probaría a la mujer estar equivocada. Ordenó a sus sirvientes que quitaran todo lo que pudiera ser peligroso en la casa; cerró el paso del gas, el agua, se quitaron lámparas y objetos de vidrio; sintió que solo estaría más seguro, así que ordenó a todos marcharse y pidió al mayordomo amarrarlo a la cama para que no pudiera pararse y sufrir algún accidente; su empleado lo hizo.


Llegada la noche y pensando en que ya había salvado su vida, pues sólo faltaba un minuto para que la noche del 31 de octubre terminara, Rodrigo fue testigo de cómo del enchufe de la pared salían grandes chispas, ¡había olvidado cortar la luz! Desesperado pedía ayuda, pero no podía desatarse, el fuego se acercaba y él sólo lograba escuchar la risa burlona de una mujer que parecía venir desde el mismo infierno.


Mi abuelo era el único chico de 5 hermanas a las que le encantaba molestar. Un día, su broma le costó cara. Marta, la pequeña, tenía una muñeca de porcelana a la que adoraba. Una noche, mi abuelo se la quitó y la guardó bajo su cama pero, al meterla allí, a la muñeca se le perdió una pequeña medallita que llevaba. Al otro día, ¡Marta había desaparecido! Él pensó que se habría escapado a buscar la muñeca al río, pero fue allí y no la encontró. Volvió a su cuarto lleno de culpa ¡y casi se muere del susto! La muñeca estaba sobre la cama con una nota: «Devuélveme mi medalla y yo te devolveré a tu hermana». ¡Acabó buscando la medalla como loco! La encontró bajo la cama y se la puso a la muñeca. Entonces llamaron a la puerta, habían encontrado a Marta en el río. Había estado a punto de ahogarse. Mi abuelo le devolvió su muñeca y prometió que jamás se la quitaría. Pero cada mañana, al despertarse, la muñeca aparecía a un lado de su cama… Así jamás olvidaría lo ocurrido. Yo jamás hubiera oído la historia si aquel día no se me hubiera ocurrido tocarla. Mi abuelo me avisó, pero era tarde. Por cierto, la muñeca está ahí, detrás vuestro. Espero que a nadie se le ocurra tocarla…




Esta historia viene de una promesa que jamás podré romper… Ocurrió la noche de Halloween del año pasado. Volvía a casa con mis padres y, al pararnos en un semáforo, vi una niña rubia de piel muy blanca esperando para cruzar. Y aunque era pequeña, nadie la llevaba cogida de la mano. Cuando iba a apartar la vista… ¡sus ojos azules se clavaron en mí! ¡Eran tan intensos que daban miedo! Antes de subir a casa, vi algo en una ventana de la casa de enfrente. Alguien miraba escondido entre las cortinas… ¡Me quise morir de miedo al ver que era la misma niña de ojos azules de antes! ¡Volvía a mirarme a mí! Esa noche me fui a dormir con su mirada grabada en la mente. Al llegar las 12 me desperté, una mano suave y fría me acariciaba la cara… ¡Era la niña! Paralizada, no pude decir nada… Ella susurró: «Venía a por ti, pero he visto tu alma… Si prometes recordarme cada noche de Halloween, no volveré a buscarte». Le dije que sí y al día siguiente pensé que todo había sido un sueño, hasta que vi la tele. Muy cerca de mi casa, una anciana había muerto y, al lado de su cuerpo, encontraron la foto de una niña… Era rubia y de ojos azules. Yo la había conocido esa misma noche…


La música ha empezado a sonar, recuerdo los pasos que han de acompañarla. La melodía
me invade. Ya alcanzo a oír las llaves en el pasillo. Las ha introducido en la
cerradura. Está a punto de entrar. Ésta va a ser otra noche gloriosa. Mi cuarta
noche gloriosa.

Escucho sus pasos dentro del piso, su jadeo por venir corriendo por la oscura calle
bajo esta incesante lluvia. Deja las llaves en la entrada, junto al bolso, en una
especie de mueble cuyo principal fin es realizar esa función. Suspira, se siente
segura.

Cuelga el abrigo, empapado, en el perchero que se encuentra al lado de la puerta, en
la misma entrada, a la vez que observa el paraguas en el paragüero con cierta
incertidumbre, pensando quizás “yo calada hasta los huesos y tú calentito dentro de
tu casita”. El mundo no siempre es justo.

Descubro que el mueble de la entrada no es tan sólo un mero apoyo para dejar las
llaves. Se quita los zapatos, negros, de tacón alto, sin duda elegantes, y los mete
dentro de aquel mueble.

Una vez descalza se dirige hacia el salón, cuyo suelo está recubierto por una gran
alfombra que no deja ni un resquicio para ver el color de las baldosas, y se mete en
una de las habitaciones que comunican directamente con aquella sala. Es un piso
pequeño. Hay dos puertas en dicho salón: una que comunica con su habitación y otra
tras la que se encuentra el cuarto de baño.

Ahora la puedo observar en su habitación. Se está desvistiendo. Se quita la ropa
empapada y la va dejando encima de la cama. Primero la camisa blanca de seda, que
ofrecen unas transparencias de las que me cuesta retenerme y esperar al momento
oportuno, después la falda negra, ajustada, marcando unas exuberantes curvas en su
cuerpo, tras ella se deshace de las medias, quedándose tan sólo en ropa interior,
blanca, por supuesto, concordando con aquella camisa despojada en primer lugar. No
tarda en desabrocharse aquel sostén y en desprenderse del minúsculo tanga que apenas
tapaba algo. Cada vez me resulta más difícil aguantar, pero una obra caritativa
siempre ha de hacerse en las mejores condiciones, hay que esperar al momento justo,
aunque la música se escucha cada vez más alta, con más fuerza y belleza. Abre el
armario, saca de allí ropa cómoda y se viste con ella rápidamente. Cada vez queda
menos.

Sale de la habitación para dirigirse esta vez hacia el baño. Lleva el pelo empapado
cuando se mete, pero al salir puedo ver que su cabello negro está mucho menos
mojado, aunque no totalmente seco.

Vuelve a dirigirse hacia su habitación, pero ahora sale de allí muy rápidamente y se
desplaza hacia la entrada, donde hay una puerta que comunica con la cocina. Entra y
desde el lugar donde me encuentro puedo oír cómo abre y cierra el frigorífico y cómo
abre y cierra el cajón de los cubiertos. Algo ha cogido para comer.

Ahora regresa al salón, enciende la tele y pone una película en el DVD. Se sienta en
el sofá y puedo ver que lleva en sus brazos una gran tarrina de yogur de frutas
variadas y desnatado. Ella no me ha visto. Todo está saliendo perfecto.

En aquel momento salgo de detrás de las densas cortinas que están situadas a cinco o
seis metros del sofá que ella ocupaba. Me acerco sigilosamente, cual leopardo
acechando a su presa. Un paso… dos… tres… Pero algo se me escapó. Encima de la
televisión había una vitrina, cuyas puertas eran de cristal. Por culpa de tales
puertas se reflejó mi rostro y ella se giró rápidamente gritando despavorida.

Empezó a lanzarme todas las cosas que encontraba por la casa, sabiendo que nada de
lo que me lanzara detendría el destino. Su llanto la delataba. Ella estaba preciosa
y yo sólo estaba allí para ayudarla.

Me abalancé sobre ella con el fin de parar sus continuas agresiones. Debo reconocer
que era una chica valiente. La tiré al suelo y le pegué varios puñetazos en la cara,
quizá seis o siete. Se quedó inmóvil sobre aquella alfombra. Todavía respiraba.
Todavía sufría. Aunque cada vez menos.

La levanté con mis brazos y la tumbé en su cama. La até, como a las otras. Comenzaba
el ritual.

Limpié su cara llena de sangre y pude volver a ver aquel bello rostro, aquel rostro
eterno. Su mirada estaba perdida, aún no me decía nada. Antes de comenzar a bailar,
esperaré.

Ahora me mira, se siente asustada, pero pronto estará aliviada. Por fin me habla su
mirada, qué sensación única vivo en estas ocasiones.

“Tranquila, que yo sólo he venido aquí para ayudarte”, le dije de buenas maneras y
susurrando. Pero ella comenzó a gritar de nuevo, como una loca histérica. No ponía
las cosas fáciles. Lo único que ganó con eso es recibir un nuevo puñetazo y taparle
la boca con cinta aislante. Ahora el silencio nos unía. “Ahora vuelvo”, volví a
susurrar.

Fui a la cocina, busqué el cuchillo más afilado que tenía y volví a la habitación,
donde ella me esperaba impaciente. Al verme con el cuchillo se alborotó demasiado.
Su mirada no sólo me decía que tenía miedo, sino también angustia, agobio e,
incluso, sumisión. Son reacciones típicas en los primeros momentos. Comenzaba el
baile.

“No te preocupes, no va a durar mucho, aunque al principio quizá te duela algo”.
Estaba totalmente excitado. Sólo pensaba en su eternidad, en qué diría mañana de mí
la prensa. Seguro que me tratarían esta vez como un buen hombre. Una persona que
intentaba ayudar a la gente.

Hundí la punta del cuchillo en su muñeca derecha y a partir de ahí comencé a dibujar
su cuerpo con aquel utensilio que utilicé las veces anteriores, pero que siempre
tome prestado de aquellas chicas. Subí hasta el hombro derecho y bajé por tal
costado hasta llegar a su tobillo. Tras ello volví a subir hasta el ombligo y a
bajar por la pierna izquierda hasta su otro tobillo. Subí por aquel costado hasta
que llegué al hombro, donde empecé a pasar el cuchillo por su brazo izquierdo hasta
la muñeca.

El ritual estaba apunto de terminar. El dibujo estaba casi hecho. Ella seguía viva,
pero cada vez más débil, su sangre iba saliendo de su cuerpo para depositarse por
toda la cama y el suelo de la habitación. Ya apenas se movía y se quejaba. Sabía que
yo sólo la iba a ayudar, ya se sentía más aliviada. Me encanta esta sensación.

Decidí terminar con el baile y con su cuchillo le acaricié el cuello. Ya no
respiraba, ya no se movía, ya no sufría. El baile casi había terminado, pero aún se
escuchaba un poco de música.

Le robé el rostro a aquella preciosidad. Estará eternamente agradecida. Su rostro
permanecerá perpetuo pase lo que pase. Yo lo guardaré, junto al de las otras tres
chicas anteriores. Pero he de seguir aliviando el sufrimiento de esas mujeres que no
quieren envejecer; que tienen miedo. Yo las voy a ayudar.


Mi padre tenía razón. Así quedarán bellas eternamente. Como mamá.

jueves, 3 de octubre de 2013


Solo quería pedir perdón por no cumplir con creaciones literarias durante todos septiembre, pero juro que en octubre les divertiré con historias de terror desde mañana 04/10/2013
solo eso quería decir